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23 de mayo de 2014

PRÓLOGO DE "TODAS SON BUENAS CHICAS"


Por Antonia  María Carrascal


«Entonces, le pregunté si sabía que Sonia era una buena chica.» Así acaba el primer cuento de este libro. En él se suceden un total de diez en los que, de una manera u otra, subyace la idea que el autor tiene de la mujer.

Las mujeres de Néstor Belda son todas buenas chicas. Chicas extraídas de lo cotidiano, del mundo pequeñito y a la vez inmenso que nos rodea. Chicas que abarcan un amplio espectro de edades y estatus, porque las chicas de Néstor son universales como lo es él mismo. 

Y, cuando digo universal, no me refiero a los espacios físicos. Su universalidad la constituye la presencia de su ojo observador de cuanto acontece, la profundidad de cuanto piensa, la extensión de la equidad de sus juicios. 

Es realmente importante para mí hacer el prólogo de una obra que he visto nacer, que me ha llegado a las manos en el vuelo primigenio de su creación, porque tengo la suerte de ser amiga literaria del autor, y hago hincapié en el concepto porque, si bien somos amigos fraternos como son siempre los amigos, estoy por decir que, en cuanto al género literario del cuento, ninguno de los dos ha escrito una letra, desde que nos conocemos, sin que pase por el ojo a la vez admirado y crítico del otro.


En cierta ocasión, le comenté a Néstor que, a mi juicio, él escribía con una mano por debajo de la mesa. Me explicaré: Néstor Belda escribe la anécdota con una mano, mientras que, con la otra, toca todos los resortes capaces de engrandecer la historia, las dos historias: la que el lector percibe en una primera lectura y esa otra que se queda en el fondo del cerebro, inquietante, escondida, secreta, y que obliga al lector a volver sobre ella hasta extraer los filamentos con los que ambas historias se conectan y enriquecen.
Seguidor del minimalismo literario (no me gusta la denominación de Realismo Sucio), sus narraciones cumplen en buena medida las características que sus predecesores —Bukowsky, Carver o Richard Ford, entre otros— imprimieron a este movimiento nacido por los años setenta del pasado siglo, pero sobre todo persigue, y lo consigue, la perfección de la frase que tanto importaba a Hemingway o la verosimilitud y sencillez de Salinger, su admirado Salinger.

En sus cuentos, abunda la alusión a los grandes de uno u otro género, que forman parte de la decoración habitual en la que sus personajes, sencillos, cotidianos, se mueven. En «Y usted le cree al Cacas», una estrofa de Gelman nos llama la atención desde un mural de bar sobre la foto de una chica usada tal vez como señuelo. En «La noche del pollo frito», son Dalí o Hemingway quienes forman parte de la decoración del lugar donde escribe una narradora suicida; Daniel Goleman, el autor de Inteligencia Emocional, es a quien lee la protagonista de «A Constance, con emoción», y el narrador protagonista de «Un geranio no se seca ni dándole patadas» lee a Katherine Mansfiel.

Las chicas de Néstor Belda son cultas, todas o casi todas leen, incluso las más humildes, y todas son buenas chicas porque, desde las más variopintas perspectivas, todas pretenden algo bueno: acabar con una historia de engaños sin dañar al interesado en «Estaríamos mejor» o ser capaz de emocionarse ante un ramo de flores silvestres que tocaron sus fibras por encima del alzhéimer.
Todas son decididas, resolutivas y valientes. 

En su libro Mujeres, Charles Bukowski hace la siguiente afirmación: «Y sin embargo las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí». Néstor Belda, el excelente narrador del conjunto de cuentos que tenemos entre las manos, no adolece de esos temores porque él cree en la mujer y la valora como merece. Él está seguro de que «Todas son buenas chicas».

Y es que yo adivino que a Néstor Belda le ocurre lo que en su momento confesara Eduardo Galeano:

«No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta».

Antonia María Carrascal,
Marzo del 2014

6 comentarios:

  1. Gracias, Antonia. Estoy feliz de que tú haya escrito ese prólogo. Abrazos

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  2. Antonia María Carrascal y Nèstor Belda interesante dúo de amigos literarios. Un cordial saludo

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  3. Gracias, Néstor. Prologar un ben libro siempre es un placer. Un asbrazo.

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  4. Hola Marta. Los escritores tenemos fama de no ser fieles más que a la literatura pero, además de no ser cierto, es verdad que a veces sucede que el amor a la literatura nos hermana sin fronteras. Gracias por pasarte por aquí y por tu comentario. Un saludo afectuoso.

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  5. Un prólogo que pone los pelos de punta no sólo por lo que dice sino por lo que anima de cara al libro. La espera se está haciendo interminable.
    Besos

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  6. Te ha quedado estupendo, amiga. De lujo! Néstor tiene que estar muy complacido. Te felicito.

    Abrazos

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