He de confesar que un par de asignaturas de Psicología estudiadas a lo
largo de mi carrera no dan para que me meta en esta clase de berenjenales pero,
si tuviera a mano alguno de los eruditos seguidores del bueno de Freud o de su
discípulo Carl Jung, sin que me sople cien € por sesenta minutos de consulta,
le preguntaría acerca de la influencia del subconsciente en la comunicación
cotidiana, porque hace años que le doy vueltas al asunto.
Mi curiosidad tiene su origen en un suceso del que fui testigo en la
frutería de mi barrio.
De las tres personas que había ante el mostrador, una señora de
considerable estatura, peso proporcionado a la misma y muy charlatana mantenía
una animada conversación con otra señora a la que atendían en ese momento.
Para no interrumpir, me dirigí a la tercera persona: un caballero, tan
bajito que apenas me llegaba al hombro pese a que no soy nada alta, para
preguntar quién era el último. Éste me indicó con un gesto que mi predecesora
era la mquina parlanchina quien se dirigió hacia mí sin casi interrumpir su
diálogo monologado y afirmó:
—Sí, la última soy yo.
Absorta en su trabajo de despachar, la dependienta no debió escuchar esta
afirmación porque, cuando acabó de atender a la silenciosa interlocutora de
aquella productora de coloquios a granel, preguntó:
—Y ahora, ¿a quién le toca?
La mujer-gramola contestó dirigiendo fugazmente la mirada al caballero:
—Le toca a ese hombre de ahí abajo.
Y continuó su conversación como si nada, mientras la otra señora colocaba
en su cesta los paquetes de la compra.
El poder de un buen relato para provocar una sonrisa. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarGracias, Elvira. A veces la vida nos pone un argumento en la mano para que hagamos sonreír a nuestros semejantes.
ResponderEliminarA mi me ha hecho pensar el relato y será que tengo el humor poco desarrollado para situaciones como éstas porque me molestan. Siento pena por el hombre bajito, siento pena y me molesta que nombren a alguien por algún rasgo físico. También lo veo como ese personaje invisible que se acerca a una barra de un café y espera que le atiendan y el camarero/a parece que no le ve, solo tiene ojos y oídos para los que vienen después, o para cualquier otro. Estoy de acuerdo que el subconsciente te puede traicionar, pero me parece una falta de tacto de la señora parlanchina. Un abrazo Antonia Maria.
ResponderEliminarEl subconsciente es lo peor que le puede pasar a uno: te condiciona demasiado y te impide ser feliz. De todos modos, yo eso lo combato haciendo deporte. Créeme que se controla :)
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