FORASTERO EN
EL UMBRAL DE LOS CREPÚSCULOS
Casiano Cerrillo
PRÓLOGO
Antonia María Carrascal
Al socaire de una solitaria
encina, Casiano Cerrillo, autor de este libro, encuentra un pretexto ideal para
cumplir la doble misión que a nuestro entender se planteó con la creación del
mismo: de una parte mostrar la admiración y el respeto que la naturaleza le
suscita; y de otra, una buena ocasión para hacer una introspección de sí mismo
dándosenos a conocer como el valioso ser humano que es.
Es
el árbol el interlocutor perfecto con quien compartir su historia, sus
sentimientos, sus creencias y hasta las vivencias cotidianas de cada día.
Pero esto es sólo lo que vemos a la primera ojeada.
Pero esto es sólo lo que vemos a la primera ojeada.
Después
de la portada y una preciosa, como no, cita de don Antonio Machado, nos
encontramos con el índice que ya aventura la estructura perfectamente
vertebralizada que Cerrillo ha dado a su poemario pues todo él se asienta en 15
Umbrales-Encuentros con el árbol del que espera recibir todo cuanto de bello y
noble ve en él; y, emparejados con estos últimos, otros tantos poemas de
recíproca generosidad intimista a través de los cuales el poeta le va
trasmitiendo al árbol retazos de su vida, sus vivencias, sus sueños.
Sentí
curiosidad y pregunté a Casiano qué significaba para él la palabra umbral y
esto fue lo que respondió: “Cuando uno comienza a inyectarse fuerzas a través
del mejor símbolo de la Naturaleza, el árbol, se encuentra ante el mejor y
mayor de los umbrales”. ¿Qué más podemos añadir?
“Te
propongo, árbol/ que me dictes unas líneas/ con el silencio grave y los
cuchillos/ con que creaste la línea del solar/ y te aventuraste al espacio”—plantea
Cerrillo al árbol al comienzo del libro apenas lo vislumbra por vez primera.
Es esto
lo que el autor pide y consigue; porque verso a verso va exponiendo con
gravedad, al amparo del enorme respeto que el árbol le inspira, un completo
análisis de sí, comparando su inestable condición de muchacho con la
reciedumbre de la encina a quien toma como ejemplo: “Eres mi ejemplo, amigo/ has
vencido las lisonjas de los vientos/ y resistido a las sirenas del levante…”.
Así nos va desgranando las cuentas del collar de sí mismo: su nacimiento, la
ciudad que aún recuerda, sus amigos, el amor, el padre al que admiraba, los
seres amados ya ausentes, y sus propios estados de ánimo, interrogantes
cotidianos en que podrá reconocerse el lector y hallar respuesta.
En
ese contacto, en ese hermanazgo absoluto con el árbol, quiere el poeta
adentrarse en él para comprender su esencia de ser vivo y puro y lo expresa
así, con estas bellas palabras: “Quiero conocer el milagro sempiterno/ que
te dibujó esa forma/ bronquial/ de pulmón planetario”.
A
tal grado llega la comunión del poeta y el árbol que, en su deseo de fusión
entre ambos, Cerrillo le propone: “Podríamos estar todo el rato de entresijos/
y conspiraciones/ disputándonos el cielo y las hormigas/ en un congreso íntimo/
donde tú y yo daríamos un discurso de silencios, compañero”.
Pese
a esa determinada inclinación por lo natural, por la vida sencilla de los
elementos campestres que a lo largo del libro se respiran, Casiano Cerrillo no
es un poeta rural. Él viene a prendarse del ámbito natural en el que decidió
asentarse, pero entronca con él desde su visión cosmopolita del hombre que
renunció al semáforo y al asfalto.
Quien
tiene este libro entre sus manos puede que se esté preguntando qué va a
transmitirle su lectura. Probablemente nada, si vives pegado al móvil oyendo el
tic-tac incesante de los pulgares que dan trepidante aliento a un juego on
line, o en las conversaciones mudas del What`s App hechas, precisamente, para
no decir nada. Pero si encuentras un lugar de paz, en silencio, y te adentras
en los senderos que Casiano Cerrillo aró para nosotros sobre los blancos campos
de estas páginas, gozarás de un auténtico canto de Amor y respeto a la Vida.
Todo
ello, expresado con una gran sensibilidad y la exquisitez de un lenguaje culto,
cadencioso y sonoro, construido con bellas imágenes que impregnan los sentidos,
pero asequible y cercano, aunando el latir de las venas a ese pálpito universal
con que la naturaleza saluda.
Carmona (Sevilla), 3
de abril de 2013
Dos poetas cantando a un mismo son: él bajo una encina y tú a la sombra de un jardín.- Abrazos
ResponderEliminarHay un poeta más que es el que comenta. Un abrazo, Pepe.
EliminarMuy bien, amiga. Gracias por compartírnoslo. Enhorabuena1
ResponderEliminarGracias a ti, José Valle, por leerlo y opinar. Abrazos.
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