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1 de mayo de 2014

PRÓLOGO

FORASTERO EN EL UMBRAL DE LOS CREPÚSCULOS
Casiano Cerrillo


PRÓLOGO
Antonia María Carrascal

Al socaire de una solitaria encina, Casiano Cerrillo, autor de este libro, encuentra un pretexto ideal para cumplir la doble misión que a nuestro entender se planteó con la creación del mismo: de una parte mostrar la admiración y el respeto que la naturaleza le suscita; y de otra, una buena ocasión para hacer una introspección de sí mismo dándosenos a conocer como el valioso ser humano que es.
Es el árbol el interlocutor perfecto con quien compartir su historia, sus sentimientos, sus creencias y hasta las vivencias cotidianas de cada día.
Pero esto es sólo lo que vemos a la primera ojeada. 
Después de la portada y una preciosa, como no, cita de don Antonio Machado, nos encontramos con el índice que ya aventura la estructura perfectamente vertebralizada que Cerrillo ha dado a su poemario pues todo él se asienta en 15 Umbrales-Encuentros con el árbol del que espera recibir todo cuanto de bello y noble ve en él; y, emparejados con estos últimos, otros tantos poemas de recíproca generosidad intimista a través de los cuales el poeta le va trasmitiendo al árbol retazos de su vida, sus vivencias, sus sueños.
Sentí curiosidad y pregunté a Casiano qué significaba para él la palabra umbral y esto fue lo que respondió: “Cuando uno comienza a inyectarse fuerzas a través del mejor símbolo de la Naturaleza, el árbol, se encuentra ante el mejor y mayor de los umbrales”. ¿Qué más podemos añadir?
“Te propongo, árbol/ que me dictes unas líneas/ con el silencio grave y los cuchillos/ con que creaste la línea del solar/ y te aventuraste al espacio”—plantea Cerrillo al árbol al comienzo del libro apenas lo vislumbra por vez primera.
Es esto lo que el autor pide y consigue; porque verso a verso va exponiendo con gravedad, al amparo del enorme respeto que el árbol le inspira, un completo análisis de sí, comparando su inestable condición de muchacho con la reciedumbre de la encina a quien toma como ejemplo: “Eres mi ejemplo, amigo/ has vencido las lisonjas de los vientos/ y resistido a las sirenas del levante…”. Así nos va desgranando las cuentas del collar de sí mismo: su nacimiento, la ciudad que aún recuerda, sus amigos, el amor, el padre al que admiraba, los seres amados ya ausentes, y sus propios estados de ánimo, interrogantes cotidianos en que podrá reconocerse el lector y hallar respuesta.
En ese contacto, en ese hermanazgo absoluto con el árbol, quiere el poeta adentrarse en él para comprender su esencia de ser vivo y puro y lo expresa así, con estas bellas palabras: “Quiero conocer el milagro sempiterno/ que te dibujó esa forma/ bronquial/ de pulmón planetario”.
A tal grado llega la comunión del poeta y el árbol que, en su deseo de fusión entre ambos, Cerrillo le propone: “Podríamos estar todo el rato de entresijos/ y conspiraciones/ disputándonos el cielo y las hormigas/ en un congreso íntimo/ donde tú y yo daríamos un discurso de silencios, compañero”.
Pese a esa determinada inclinación por lo natural, por la vida sencilla de los elementos campestres que a lo largo del libro se respiran, Casiano Cerrillo no es un poeta rural. Él viene a prendarse  del ámbito natural en el que decidió asentarse, pero entronca con él desde su visión cosmopolita del hombre que renunció al semáforo y al asfalto.
Quien tiene este libro entre sus manos puede que se esté preguntando qué va a transmitirle su lectura. Probablemente nada, si vives pegado al móvil oyendo el tic-tac incesante de los pulgares que dan trepidante aliento a un juego on line, o en las conversaciones mudas del What`s App hechas, precisamente, para no decir nada. Pero si encuentras un lugar de paz, en silencio, y te adentras en los senderos que Casiano Cerrillo aró para nosotros sobre los blancos campos de estas páginas, gozarás de un auténtico canto de Amor y respeto a la Vida.
Todo ello, expresado con una gran sensibilidad y la exquisitez de un lenguaje culto, cadencioso y sonoro, construido con bellas imágenes que impregnan los sentidos, pero asequible y cercano, aunando el latir de las venas a ese pálpito universal con que la naturaleza saluda.


Carmona (Sevilla), 3 de abril de 2013

4 comentarios:

  1. Dos poetas cantando a un mismo son: él bajo una encina y tú a la sombra de un jardín.- Abrazos

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  2. Muy bien, amiga. Gracias por compartírnoslo. Enhorabuena1

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