BLOG DE ANTONIA MARÍA CARRASCAL

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3 de septiembre de 2015

                   
                  


                               JOSÉ  ELGARRESTA: 


De la mano de Manuel Quiroga Clérigo, secretario general de la Asociación Colegial de Escritores de España, me llega la siguiente reseña literaria  del más reciente libro de José Elgarresta, para inaugurar la segunda temporada de la sección LA CEBADA AL RABO con que mi blog EL CORAZÓN DEL VERBO pretende contribuir a la difusión y conocimiento de la poesía viva de nuestro tiempo.

“NUNCA OS ENAMORÉIS DEL PASADO”
“INSTANTÁNEAS DE UN ROSTRO INFINITO”. 
Alacena Roja, Ceutí, 2014, 60 páginas

Una excepcional y muy lírica colección de poemas conforman el libro de José Elgarresta titulado “Instantáneas de un rostro infinito”. Elgarresta, escritor muy crítico con la sociedad y la cultura que nos acoge, en este caso se convierte en un analista del amor y sus consecuencias. Para él vale más una mirada que un millón de euros, moneda que lleva camino de un notorio desprestigio gracias a la serie de políticos descabellados y de capitalistas egoístas que pretenden hacer un mundo a su imagen y semejanza.
Seguramente es ese amor, esa mirada, el motivo que mueve la existencia. Y ante los afectos imperecederos, ante la vitalidad de un momento complaciente ni importan las crisis, ni asusta el dolor. Por eso estas “Instantáneas de un rostro infinito” se convierten, plácidamente, en un mundo abierto a las caricias, los deseos, las vehemencias. El libro dedicado a Elvira Daudet se abre con unos sencillos versos: “Mi corazón/como una ola/va y viene,/como una ola en el mar./Mi corazón es una ola…/¿O es el mar?”. Seguramente, como a otros escritores, el mar es parte de las ensoñaciones, de los momentos compartidos;  es el nexo de unión para todas las cercanías, para todas las intimidades. Nada más espléndido que  un horizonte azul o una puesta de sol en ese mismo horizonte.
Las imágenes de Villón, de César Vallejo, de Safo se incardinan en las obsesiones poéticas de Elgarresta, tal vez como soporte para inducirnos a beber de las ansias de los poetas y de las delicias de la poesía. Por ejemplo, en la primera parte del volumen, “Escribo, pero ¿quién escribe?, nos trae el prisma del Cholo que dejó escrito “Me moriré en París con aguacero”: “Llaman a la puerta…/¿serán los heraldos del miedo?/ No hay nadie./¿Serán ese nadie/los heraldos del miedo?”. Y es que la existencia se desliza, también, por los ásperos vericuetos de la soledad donde, a falta de la necesaria compañía, surgen los estigmas de la nada. El poeta es un ser desvalido, generalmente ajeno a los oropeles y abandonado a su circunstancia.
Los poemas de la segunda parte, titulada “Sólo lo fugaz es eterno”, que nos llevarían a las teorías del existencialismo sartriano, ya penetran, sin embargo, en las fases de cierta pasión contenida o, a veces, demasiado explicitada por donde transcurren las ansias de cercanía y las insinuaciones del abrazo. El poema “Villancico”, completo, dice: “No te irás,/amor mío,/como viento frío que corta el alba./No te irás,/pues el viento/en todas partes encuentra su casa./No recorrerás la llanura,/no subirás a las montañas,/pues todos los montes y ríos/están dentro de ti cuando me abrazas./No te irás, amor mío, no te irás,/pues el viento/todo lo lleva consigo cuando viaja”. Es la eternidad haciéndose presente, el amor asentándose en el reducto silencioso y armónico de la mayor intimidad. El poeta reclama esa cercanía como parte de la necesaria vitalidad que los amantes precisan para ir construyendo su propio futuro. Nada tan apetecible como el sublime recuerdo, la instrumentada insinuación del beso o el requerido halago. Pero también los versos de Elgarresta transitan otras veredas, como en esa “Elegía de los conquistadores”: “Y así,/con las mejillas reposando/en la verde hierba,/acostumbrémonos/al pausado ritmo de las estaciones,/pues ¿qué otra cosa hubieran deseado/Octavio, César o el mismo Alejandro?/Conquistadores del mundo…/pero al fin, ninguno de ellos/a la simple pregunta/de si estaban satisfechos/pudo responder con un sí rotundo/y, en vez de a la suave brisa matinal,/al frío mármol hubieron de ofrecer/su rostro convulso”. Es la historia, el mundo épico, haciéndose realidad. También la soledad acoge, en su momento, a los héroes del universo, también el abandono se cierne sobre celebridades y gentes notorias. Y ahí está “Un trozo de eternidad”: “Como Safo,/abres tus brazos/buscando acoger en ellos/las nubes,/cargadas de deseos,/que tal vez los dioses concederán./¡Oh muchacha/sin darte cuenta has vencido al tiempo./Nunca podré agradecerte,/como mereces,/este trozo de eternidad”.  Luego volvemos a la ternura, en “Amar”, donde José Elgarresta exclama: “Cuando te amo/no me equivoco”, dijiste”. Es la vibración de los corazones, la unión de cuerpos y almas en una misma identidad: “Ama y sé feliz,/sé feliz como el viento/no como la hoja”. En “Invocación del acto del amor” nos queda un largo interrogante: “¿De dónde proviene, amor mío,/este gozo que nos embarga cuando estamos juntos/sin dejarnos desear otra cosa que ser aniquilados por él?”.

“Juzgando a existir con las manos vacíos”, tercera parte, se compone de cuatro delicados poemas.  Dejamos aquí el primero de ellos: “Nunca os enamoréis del pasado,/ni hagáis planes para el futuro,/porque el pasado y el futuro no existen:/el corazón es un cazador furtivo/que persigue a su presa sin verla/y cuando cree haberla atrapado/se encuentra contemplándose a sí mismo/reflejado en una charca/que, perforada por su rostro enfebrecido,/sólo nombres le permite distinguir entre el barro”.
Catorce preciosas composiciones abarcan “Sediento frente al mar”, ilusionada promesa de un mundo abierto a todas las esperanzas, de una existencia rodeada de inclemencias pero repleta de ilusión y de vida. El poeta reflexiona en torno a sí mismo y a su entorno, descubre las delicias de la mañana y la placidez de la tarde y, entretanto, se va desperezando y tratando de seguir caminando por las sendas de la poesía que, en definitiva, es el bálsamo que nos permite continuar descubriendo el amor y desterrar los dolores del inmerecido infinito. Nos quedamos con el penúltimo poema del libro y de esta cuarta parte: “Si fuera águila/querría se aire,/si fuera aire/querría ser alma,/¡Alma mía!/¿Por qué no eres feliz/de ser yo?”.
La poesía, así, se convierte en un legado de amor, en la eterna confidencia de quien navega por el territorio de los vivos sabiendo que, tal vez, sólo la ternura nos salva porque fuera de ella sólo existe la oscuridad y la intransigencia. Y es que gracias a los poetas el mundo es menos huracanado y los días son más alegres.
Manuel Quiroga Clérigo,
San Vicente de la Barquera, 6 de julio de 2015.


4 comentarios :

  1. Muchas gracias por compartírnosla, amiga.

    Abrazos

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    1. Es un placer compartir la literatura de y con la gente de nuestro tiempo. Un abrazo.

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  2. Gracias, María Antonia, por traer la poesía a este rincón y que sigamos conociendo a autores menos conocidos.- Un abrazo

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    1. Solo son unas modestas puertas abiertas para compartir y dar a conocer la belleza, amigo. Un abrazo.

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