Empezó
por el ajuar y los muebles. Los destrozó con el mismo mimo con que los había
colocado en su momento y fue apilando los harapos y astillas en el centro del
salón. Le siguieron los electrodomésticos a los que no sacó alimentos, ni ropa
de colada, ni la grasa del último horneado. Tras duros esfuerzos, consiguió
arrancar los sanitarios y el fregadero y procedió a inmolarlos junto a lo demás
a golpe de martillo. Descolgó los cuadros, títulos y retratos, arrugó los
lienzos y estampas, deshizo los marcos y engrosó con ellos el montón
considerable que se erguía en el suelo.
Después
de beber un largo trago en el chorro del grifo, cambió el martillo por el mazo
recién comprado y asestó el primer golpe sobre la pared del baño. Le siguieron
las de la cocina, las de los dormitorios, las que del salón daban al pasillo…
Después
de ducharse y ponerse la ropa que había reservado, arrancó los grifos y la
ducha, colocó el único sillón que no había sacrificado sobre la alta montonera
y se sentó a esperar.
Allí
la encontrarían, a la mañana siguiente, los agentes que habían de proceder al
desahucio.
Lo veía venir,Antonia, es tan tremenda la situación que es dificil contenerse.- Pasa el tiempo y no se ven luces que nos iluminen... en fin, habrá que tener paciencia.
ResponderEliminarUn abrazo
Querido Arruillo, Pepe. Las luces han de partir del corazón y, aun siendo incendiarias, iluminar desde abajo con los destellos que desde arriba no nos llegan. Me pregunto qué pasaría si el que tiene que barrer, sólo barriera escombros y no carne humana estrellada en el asfalto.
EliminarGracias, amigo, por tu comentario.
¡Genial!
ResponderEliminarMagnífico
ResponderEliminarEspero que así lo encuentren, quienes han de tomar ejemplo para la injusticia que los atosiga.
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