Del libro "El latir de la piedra"
Antonia María Carrascal
Me sorprende desnudo la mañana
y me invita a vestirme de su nido.
¿Qué milagro de látigos hambrientos
me empuja a la hogaza de sus manos?
A su cuenco de miel vengo a curarme
las heridas amargas de la noche,
el vuelo de acidez
que no me reconoce en los espejos.
Allí voy.
A esconderme del sol,
a beber la luz de sus ventanas,
a resucitar la risa que,
mariposa de luz,
rebota entre los muros asombrados.
En fragua circular se funde el día
y yo miro hacia adentro por sus ojos
y ella vuela los abismos
para descubrir al mar
mi mástil destrozado en su voz de cerámica.
Y me quedo en sus manos todo entero
y un tigre de escombros y fatiga
le dice adiós desde la calle.
La noche tiene abiertas las navajas
y me vomita
de bruces
sobre aquellos que esperan mi retrato.
De la luz a la sombra mil latidos, un refugio de manos y aquel brillo de navaja retando al insomnio. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarUna idea evoca a la otra. Si el sentimiento es igual de profundo, acaso las palabras broten de gargantas compañeras. Un abrazo, amiga.
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