La
lectura de Como si fuesen personas, de Antonia María Carrascal, me llevó
de regreso a ese momento, ya lejano en el tiempo, en que por fin descubría cuál
sería el propósito de mi existencia. Sucedió entonces con otro buen libro, Cuentos
completos, de Onelio Jorge Cardoso, para muchos un referente ineludible de
la cuentística cubana de la segunda mitad del siglo XX.
Como
si fuesen personas tiene también ese poder iniciático, ese
hálito brujo que nos conduce a la aceptación impostergable de que el universo
literario nos acaba de reservar un cupo.
Las
veintidós historias que conforman este libro comparten un denominador común: la
aparente insignificancia de lo que se cuenta; sin embargo, con ellas
revisitamos los pilares fundamentales de la vida, los puntos originarios de
todo gran conflicto humano y nunca —algo que me gustaría resaltar— desde la pedantería
intelectual, la pomposidad estilística o el hermetismo desmedido. Antonia María
Carrascal tiene la virtud de ser sencilla y contundente en el lenguaje, diáfana
en sus pretensiones, y certera con cada tema/diana a donde apuntan sus
argumentos.
La
gran lección aquí es que no se necesita tanto herraje para forjar sólidas historias,
como tampoco es imprescindible un ostentoso escenario para ver desfilar personajes
tan verosímiles y armónicos como los que llenan la galería de Como si fueran
personas. Bastan un pequeño pueblo y las personas comunes que lo habitan.
Seis
de sus joyas así lo demuestran:
En
«Una flauta para el silencio», que abre la puerta a este maravilloso mundo, en
esencia rural que nos propone la autora, se concentra quizás el cincuenta por
ciento de toda esa tesitura de marcado énfasis humano que puede advertirse en
el resto del libro.
«¿En
qué puedo ayudarte, cariño?» viaja al centro mismo de los prejuicios de antaño y
se adentra, sigiloso, en el típico círculo asfixiante de las normas sociales que,
amén de los vaivenes de la historia, terminan siempre reconduciendo el destino
de quienes ya sufren hacia términos no menos infortunados, pero más dignos, a
ojos del inquisidor tiempo.
«Doble
sombra» intenta un alejamiento del eje central del libro. Digo intenta, porque
al final retorna, con maestral sutileza, a las fauces de ese pequeño pueblo de
grandes miedos, no sin antes contaminar con pequeñas dosis de irrealidad lo
anecdótico en la vida/metáfora del que regresa.
«Un
dulce tránsito» busca remover —y sin dudas, consigue— los cimientos
existenciales de todo aquel que ve la muerte como algo que siempre queda lejos.
La autora apuesta aquí por la argucia, incluso por cierto grado de crueldad que
a su debido tiempo se justifica.
«Un
arroyo bajaba de la sierra revolcándose», de contenida violencia y evidentes
anclajes en la nostalgia, resucita cierta llama extinta en estos lares, en los
que la modernidad no ha hecho más que remarcar el aislamiento «natural», la
fatalidad geográfica.
Y,
por último, «Como si fuesen personas», que presta su nombre al
libro, nos alerta de cuán simple puede resultar la vida a veces, aunque nos
empeñemos en complicarla. De paso deja, a modo de cierre, la idea de que lo
realmente importante está siempre allí donde somos parte fundamental de algo
mayor, y no donde flotamos a la deriva, en aparente libertad.
Antonia
María Carrascal consigue con este, su sexto libro, lo que todo escritor memorable:
conmover. Logrado esto, el resto ya depende de cada lector. Habrá quien saboree
una idea, quien se identifique consigo mismo o con su entorno, quien redescubra
su país o experimente una parte de otro donde no nació, quien valore más esas
pequeñas cosas, esas cotidianidades de las que estamos hechos, o quien,
simplemente, cierre los ojos y lo viva.
No
siempre las grandes editoriales o los más importantes premios literarios
aciertan en sus designios. El mundo de las letras posee en España su propia
zona de confort y Como si fuesen personas viene a ser esa señal de humo
que se avizora en lontananza, más al sur, donde, a pesar de todo, perviven
otras verdades, otras formas de encarar el canon.
Antonia
María Carrascal puede respirar tranquila, su obra está llamada a perdurar entre
quienes amamos la belleza por sobre todas las cosas. Sea, pues, bienvenida a la
eternidad.
Yusnel
Fleites Martínez
Buenos días Antonia María. He visitado tu Blog y me parece interesantísimo su contenido. Además de ser ilustrativo, ya tengo tema de lectura y no aburrirme con la pandemia. Salud.
ResponderEliminarY gracias.