VIII
Al golpe que lo tuerce
convencido
no se rebela el hombre, ni lo intenta.
Concibe que el renglón, desde la imprenta,
ya es ley de quien depende su latido.
no se rebela el hombre, ni lo intenta.
Concibe que el renglón, desde la imprenta,
ya es ley de quien depende su latido.
Que no ha de respirar se ha
convencido
sin leyes que le rijan la osamenta.
Entero se supone, y no se cuenta
qué víscera perdió en cada gemido.
sin leyes que le rijan la osamenta.
Entero se supone, y no se cuenta
qué víscera perdió en cada gemido.
Contento en su presidio de
quietud
tan bien tiene aprendida la virtud
que no se arriesga al gesto de otras poses.
En fragua sin carátula de amor
que asole y reconstruya del dolor,
jamás será del hierro de los dioses.
tan bien tiene aprendida la virtud
que no se arriesga al gesto de otras poses.
En fragua sin carátula de amor
que asole y reconstruya del dolor,
jamás será del hierro de los dioses.
El hombre y su eterno deambular por el mundo, Antonia.- Logrado soneto.- Un abrazo
ResponderEliminarEste no es un hombre que deambula por el mundo, José, sino precisamente, aquel que no se mueve de las leyes y el orden preestablecido. El que no da un paso adelante por temor al sufrimiento.
EliminarOtro abrazo.
Es un precioso poema que incluye a gran parte de los humanos
ResponderEliminarAsí es, querido/a anónimo. Intento, (no sé si siempre lo consigo) que mi poesía sirva a muchos de mis congéneres, que les toque alguna fibra y no los deje indiferentes. Gracias por opinar.
EliminarMe resulta muy bien, amiga
ResponderEliminarAbrazos