Ella era un escabel,
un volcán,
un imperfecto
de sombras y violines,
sonaja repetida y siempre nueva,
pulpa prisionera por la piel
en manos de un chiquillo,
selva frondosa de lúpulos y adobe,
sorpresiva a los ojos,
inquietante al corazón…
pero no lo sabía.
Era también un ángel en derrumbe,
consecuencia inconsciente
de tanto aldabonazo repetido,
dolientes los hombros
en la arista del tiempo.
Allí estaba.
un volcán,
un imperfecto
de sombras y violines,
sonaja repetida y siempre nueva,
pulpa prisionera por la piel
en manos de un chiquillo,
selva frondosa de lúpulos y adobe,
sorpresiva a los ojos,
inquietante al corazón…
pero no lo sabía.
Era también un ángel en derrumbe,
consecuencia inconsciente
de tanto aldabonazo repetido,
dolientes los hombros
en la arista del tiempo.
Allí estaba.
Escondida en las tecas de su propia
semilla
sin saber florecerle
al amplio patio de su pecho.
Yo solo pude regarla de risas
y sentarme cada tarde
en el columpio amarillo de su casa
—jaula de tristeza—
a morder
despacito
el alpiste en sus labios.
sin saber florecerle
al amplio patio de su pecho.
Yo solo pude regarla de risas
y sentarme cada tarde
en el columpio amarillo de su casa
—jaula de tristeza—
a morder
despacito
el alpiste en sus labios.
Del libro "El latir de la piedra"
Antonia María Carrascal
Bien se me da, amiga. Dice y discursa con gusto.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias,, amigo por tus palabras de afecto y amistad. La poesía nos une y el océano es el camino por el que transitamos. Un abrazo grande.
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