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El paciente ponía todo su empeño en hacerse
entender a través de la línea telefónica. Desprovista de toda emoción, María soltó
el libro sobre el mostrador y fue a avisar a su jefa la odontóloga.
—¡Doctora, por Dios,
me ahogo! No es la muela que me acaba de sacar. Es mi garganta que se ha
cerrado por completo…
—No se alarme, Sr. Álvarez. Es la anestesia la que le
produce esa impresión. María y yo hemos sido de lo más delicado en el proceso
de extracción y nada tiene que temer. Pasará, puede estar seguro.
Mientras colgaba, la
doctora tomó el libro que María leía en sus ratos libres y preguntó:
—¿Qué lees? ¡Ah!, no
sabía que estuvieras interesada en el mundo de los venenos.
Y tanto que pasará...¡que mala leche!... yo a esa clínica no voy por mucho que me duelan las muelas.
ResponderEliminarBesos
jJa, ja, amigo. ¡Es que realmente nunca sabemos en qué manos depositamos nuestra vida!
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