El miedo o temor es
una emoción caracterizada
por una intensa sensación, habitualmente desagradable, provocada por la
percepción de un peligro, real o supuesto (la definición es de Wikipedia).
Cuando yo era pequeña, mi madre me amenazaba:
“Si no comes, me muero”. Y fingía desvanecimiento hasta que yo, desleída en
llanto, prometía que me lo comería todo. A otros niños se les asusta con el
Coco, el Brujo, el Momo, el Sacamantecas, El hombre del saco y un largo
etcétera que van abonando el campo para, en definitiva, hacerse con la voluntad
infantil. Eso es lo que hacen los que nos quieren…
Hechos ya seres temerosos, es fácil acumular
miedo a: la oscuridad, lo desconocido, las alturas, los lugares estrechos, los
cerrados… Cada finalidad a conseguir tiene sus medios particulares para mermar
la capacidad del individuo y hacerse con su voluntad. Luego, unos se superan y
otros, no. Yo, por ejemplo, aprendí enseguida que mi madre “resucitaba” si le
birlaba el monedero del bolsillo del delantal y me largaba con él y con viento
fresco. De una forma intuitiva estaba intentando afrontar el miedo y me salió
bien.
No conozco otra forma de superar los miedos
que afrontándolos y eso, la mayor parte de las veces, se consigue con la
información y el conocimiento adecuados. También perdí el miedo a las
salamanquesas cuando supe dos cosas: que si me salpicaba su saliva no me iba a
quedar ciega como decía la creencia popular y que eran un benéfico animal que
comía mosquitos y nos libraba de ellos.
Se han escrito cientos de libros sobre el
miedo y, excepto los que a mi escaso entender lo confunden con la precaución
(que esa sí es necesaria para salvaguardar al individuo), nadie defiende sus
bondades.
Y eso es lo que, en multitud de ocasiones,
los Guías aconsejan a las pequeñas almas que se preparan para venir a la
Tierra: no cosechar miedo, vencerlo mediante la información, aprender a pensar
como nosotros queremos y no como quieran los demás porque no hace sino
propiciar nuestra esclavitud, el fácil dominio sobre nuestras voluntades y
cuando menos, porque “El miedo embota la mente y recorta los recursos”.
A seguir pensando, amigos.
Antonia María Carrascal.
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